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Reflexionar sobre la propia muerte y el enfermar se convierte en un encuentro con la esencia de lo que somos. Pero esto solo lo percibimos cuando serenamos las primeras impresiones. De momento apetece huir, nos da miedo y lo retrasamos, quizá pensando que es un tema que no va con nosotros, que no nos toca aun. Sin embargo, por mucho que queramos evadirnos, resulta que enfermar y la muerte pertenece a la materia humana.

Cuando por fin somos conscientes de esta provisionalidad característica de la vida, ponemos en marcha otro mecanismo de defensa. Puesto que todo pasa, vamos a disfrutar del momento. Este pensamiento se convierte en la única certeza. Nos permitimos diversas y variadas licencias que no tienen como fondo apropiarnos del presente y vivirlo en plenitud, sino relativizarlo todo. Proyectar lo que vendrá, anticipando lo que quizá en su momento no podamos decidir.

 

El deseo de escribir i preparar instrucciones previas responde sobre todo a este trasfondo vitalista y humanista. No tiene la pretensión de “elegir el momento de la muerte”, pues, como cuando nacemos, no lo elegimos. Se trata mas bien de preparar el propio camino, de anticipar nuestro deseo.

Se dice que se muere como se ha vivido. Y con esta reflexión nos estamos atreviendo a mirar de frente lo que tanto tememos, y a decir: “Llegue cuando llegue, sea como sea, soy una amante de la vida, me apasiona la vida” y proclamar que, hasta el final, ni el dolor, ni el sufrimiento, ni la misma muerte pueden arrebatarme mi ser.

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